No podía haber un mejor momento que el estar en el café con ella. Convivir con su plática era mi pasatiempo favorito. Su nombre era Miriam, y amaba sus ojos azules...
-Si me quedo aquí no podré hacer nada con mi sueño... -Me respondió, interrumpiendo mi monólogo interno.
-Te extrañaré mucho-Le respondí, intentado seguir la plática.- Cuando estés en San Francisco, ¿me dejarías visitarte?
-¡Por supuesto!- Me respondió inmediatamente, mostrándome su sonrisa.
-Al menos... procuraré escribirte seguido, pero necesito tu dirección.-Le respondí, esperando que me la dijera.
-Te mandaré una carta cuando llegue y ahi tendrás mi dirección. Puedes contar con ella.- de nuevo me dijo sonriente.
Ella era de las pocas cosas que aún me gustaban de Praga. Me gustaba ir por ella a su casa. y me gustaba como siempre sonreía, y me hacía burlas. Corría la primavera de 1968, y los días eran espectaculares, había sol sin embargo era un clima frío.
-Daniel, me debo ir. Voy tarde para mis clases.- Me dijo apresurada, tras ver el reloj.
-Está bien, ¿gustas que te acompañe?-Le dije con un poco de sorpresa.
-No gracias, tu también vas tarde para tu trabajo.- Me dijo apresuradamente. Dándome un beso en la mejilla. Y se fue.
Voltee a ver mi reloj y, efectivamente, iba muy tarde para mi trabajo. Me levanté y le pedí su teléfono al mesero, y me llevo a la caja. Muy amablemente me lo pasó y marqué:
569-507-53
-Bueno...-Respondió una voz.
-¿Gorky, eres tú?
-Sí, ¿quién habla?
-Soy yo, Daniel. Puedes decirle al comisario que no podré presentarme, que me encuentro enfermo.
-No hay problema, yo le digo... Mejórate.-me respondió amistosamente (demasiado amistosamente, para ser sincero.)
-Gracias...-le respondí, y colgué...
No me gustaba mentir en el trabajo, pero ese día no tenía ningún ánimo por trabajar.
Le devolví su teléfono al mesero, y le di una corona. Me volví a sentar en la mesa y unas cuantas mesas más adelante se encontraba una muchacha. Era muy peculiar, tenía una chamarra y una boina negra. Tímidamente volteó a verme, tomando su café.
-No me gusta cómo me mira.- dije en voz baja. Terminando mi café.
Le pedí la cuenta al amable mesero. Casualmente me fijé que ella hizo lo mismo. Y los dos nos paramos al mismo tiempo y nos retiramos.
Empecé a frecuentar con Miriam el mismo café. Se volvió nuestro lugar favorito. Era íntimo, pequeño, y era tranquilo ver a los transeúntes o a los soldados pasar por la calle. Sin embargo, esa otra muchacha también iba muy seguida. No podía culparla porque quizá también era su café favorito, pero me incomodaba. Nunca le di mucha importancia. Hasta que un día que fui solo, se sentó en mi mesa.
-¿Te importa si me siento?-me preguntó
-Ya lo hiciste. ¿Te puedo ayudar en algo?-le respondí.
-No gracias, solamente quería platicar contigo. Te veo muy seguido aquí junto con esa muchacha.
-¿Y te molesta en algo?
-Para nada. Es muy linda. ¿Es tu novia o algo así?-me preguntó
-No...- le respondí, pasando unos cuantos segundos.
-Que lastima. Cuando veo como la miras, me das mucha ternura.-Me dijo arrogantemente. Sentí que se burlaba de mí.
-Estoy conociéndola, y no tengo la prisa de declararle mi amor.
-Muy bien, suerte con eso.-me dijo, guiñándome el ojo.
Miriam se fue a América un seis de julio. Constantemente me mandaba cartas diciéndome lo mucho que me extrañaba, que América era un lugar maravilloso, que fuera a visitarla, e incluso me pedía que escapara de Praga y viviera con ella. Pocas veces le podía responder. La mayoría de las veces que intenté responderle, me ganaba el sueño, y me iba a dormir. Pero seguía frecuentando el Café, y la seguía viendo a ella, pasábamos horas platicando.
Un día, pocos minutos antes de ver a la muchacha de nuevo, recibí la última carta de Miriam:
"Querido Daniel, no he sabido mucho de ti. Espero que estés bien.
Quería solamente decirte que esperé mucho alguna respuesta por parte tuya, no puedo vivir esperando algo que posiblemente no vendrá.
Conocí a un muchacho aquí, se llama Jefferson, es muy tierno y me quiere mucho, planeamos casarnos el próximo verano.
Te deseo lo mejor en tu vida.
Miriam"
Decidí guardar su carta. Tomé mi gabardina y me dirigí al café. Ella ya estaba sentada, estaba tomando agua.
-No me vuelvas a hablar en tu vida, perra.- Le dije tomando el vaso, y arrojandole el agua en su cara.
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