Al bajar la escalera, oyó en el recibidor una tosecilla conocida, aunque no muy clara, porque la ahogaban sus propios pasos. Esperaba haberse equivocado, y se detuvo un instante con la esperanza de que se había engañado; conservó esta esperanza hasta el momento en que vio a un hombre de alta estatura que se quitaba la pelliza mientras tosía.
sábado, 8 de mayo de 2010
Que envidia...
Siempre quise vestirme así... malditos años ochenta!
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